El deportista con mejor actitud que vi

En 2003, ya era un chico fuera de lo común. Tenía 17 años. "¿Cómo voy a perder un partido así?", se preguntaba a sí mismo, indignadísimo. El 11 de julio de aquel año, perdió 7-6 en el tercero (8-6) contra el ecuatoriano Nicolás Lapentti por los cuartos de final de Bastad (Suecia). Desperdició cinco match points y no se lo perdonaba. Estuvo dos días reprochándose la derrota, a cada minuto. Se entrenaba en el gimnasio y seguía martillándose con el recuerdo. Mariano Zabaleta, ganador de aquel torneo ante Lapentti en la final, no lo podía creer. Apenas una semana antes, Roger Federer había ganado su primer Wimbledon. Pasó mucho tiempo para que volviera a definir en el tie break.Ocurrió en Madrid 2009 contra Djokovic en la semifinal, tras cuatro horas de lucha. Lo ganó y lo festejó como un título. Pero le costó carísimo. Perdió la final ante Federer, llegó exhausto a París, lo sacudió Soderling y cedió la corona. Apenas una semana después, Roger Federer ganó su primer Roland Garros.

Este año aterrizó en Francia con exceso de equipaje. Defendía el título y el número uno del mundo. Novak Djokovic lo había derrotado en cuatro finales consecutivas pero las últimas dos contaban más: Roma y Madrid, sobre su superficie favorita. Antes del debut, se entrenó durante una hora y media con Juan Mónaco, uno de sus mejores amigos en el circuito. Estaba nervioso e incómodo. No se sentía seguro con su drive porque la bola no tomaba el efecto deseado. Sin embargo, la cuestión era mental. Demasiada presión. Así arrancó contra John Isner, quien lo llevó a cinco sets por primera vez en Rolanga. La victoria no aplacó su falta de confianza. Perfeccionista y pendiente de todos los detalles, repetía tras cada triunfo que no se veía con el nivel necesario para ser campeón. Pero en cuartos, apareció el rival ideal para su mejor versión: Robin Soderling, el único que pudo derrotarlo en este torneo (octavos 2009). Ese partido marcó el quiebre. El sueco jugó muy bien pero perdió en sets corridos. Lo mismo le pasó a Murray en semis. Y al Maestro (gracias Rogelio, siempre se puede ser más grande) en la extraordinaria final de ayer. Levantó un 2-5 con set point abajo en el primero. A pesar de las chances desperdiciadas (5-4, saque y dos pelotas para set) no aflojó y se impuso en el tie break del segundo. Cualquier otro tenista se hubiera bajoneado tras perder el tercer set luego de estar 4-2 y servicio. Levantó un 0-40 en el primer juego del cuarto y terminó pasando por encima de Federer. Su tolerancia a la frustración, su rebeldía ante la adversidad, su tenacidad, su disciplina para respetar durante todo el partido la estrategia de cargar el juego sobre el revés del suizo lo definen como el deportista profesional con mejor actitud que he visto en mi vida. No conozco a otro con semejante mentalidad. Se entrena más que ninguno, a pesar de todo lo que ya ha ganado. "Soy el número 1 en el tenis, pero en las otras cosas de la vida no me siento más que nadie", les dice a sus amigos. "¡Motívame, Pico, no me dejes que me caiga! Hagamos media hora más de saque, dale" le pedía a Juan Mónaco durante sus días de entrenamiento en Tailandia el año pasado. Luis Lobo aún hoy no puede creer ese mensaje de texto modelo 2010 en el que le pedía por favor jugar juntos un torneo de dobles por el circuito. Su discurso de premiación, agradeciéndole al público que siempre alentó por su rival, retrata su clase. En 2011 Rafael Nadal no pierde partidos con match point a favor. Tiene 10 Grand Slams. Ya son siete las finales que ha ganado consecutivamente en los Grandes. Es el mejor de todos los tiempos sobre polvo de ladrillo. Y sigue demostrando, ahora a los 25, que es un tipo fuera de lo común.

Fuente: lanacion.com