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Un Pritzker siempre fiel a sí mismo
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Un Pritzker siempre fiel a sí mismo
Sin la proyección global de otros laureados, el portugués Eduardo Souto de Moura ganó el nobel de la arquitectura por sus obras simples y exquisitas.
Un Pritzker siempre fiel a sí mismo
Apenas conocido fuera de la profesión, en las antípodas de los arquitectos-estrella, a Eduardo Souto de Moura le costó convencerse de que había ganado el Pritzker 2011. “Cuando recibí la llamada telefónica no podía creerlo”, declaró no bien se difundió la información, filtrada en internet unos quince días antes de la fecha prevista y luego confirmada por la Fundación Hyatt, la institución mentora del premio. “Recién entonces me di cuenta de lo grande que es este honor” dijo el arquitecto en una escueta conferencia de prensa, a tono con su habitual perfil bajo. “El hecho de que sea la segunda vez que se elige a un portugués lo hace más importante todavía”, agregó en un implícito reconocimiento a su maestro, Alvaro Siza, laureado en 1992.
Lo cierto es que en los últimos años el jurado del Prizker (ver “Un premio ...” en pág. 10) optó por destacar a autores de obras despojadas, casi de culto. Los edificios de Souto de Moura son exquisiteces regionales como las de Peter Zumthor y, en menor medida, las de SANAA: simples en apariencia, más capaces de seducir a los gourmets de la arquitectura que a los amantes de proyectos faraónicos o exuberantes, diseñados a escala global. Como dicen los fundamentos del jurado, “su arquitectura no es obvia, ni frívola, ni pintoresca. Está imbuida de inteligencia y seriedad. Su trabajo requiere de un encuentro intenso, no de una mirada rápida. Y, al igual que la poesía, es capaz de comunicarse emocionalmente con quienes se toman el tiempo de escuchar”.
Hijo de un oftalmólogo y una ama de casa, Souto de Moura nació en Oporto (la segunda ciudad lusitana) hace 58 años. Después un breve paso para hacer escultura en la Facultad de Bellas Artes, decidió que sería arquitecto y, todavía estudiante, trabajó con Noé Dinis y luego, entre 1975 y 1979, con el gran Alvaro Siza.
La mayoría de sus proyectos se encuentran en Portugal, pero también hay diseños suyos en España, Italia, Alemania, el Reino Unido y Suiza. Y su versatilidad se evidencia en la variedad de sus encargos: desde viviendas unifamiliares o estaciones de subte, hasta museos y estadios. El maestro portugués es capaz de diseñar a escala doméstica y a escala urbana con igual eficacia. Además, es profesor en la Universidad de Oporto y profesor visitante en las universidades de Ginebra, París-Belleville, Harvard y Dublín y en la Escuela Politécnica Federal de Zurich-Lausana.
A poco de abrir su propio estudio, en 1980, ganó su primer concurso importante, el Centro Cultural de Oporto. También conocido como “la Casa de las Artes”, el edificio fue construido en cobre, madera, piedra y hormigón, algunos de sus materiales favoritos, que combina con mano maestra y a los que agrega inesperados toques de color.
“Ya en sus primeros trabajos
–dice el jurado del Pritzker– Souto de Moura tuvo un enfoque coherente que nunca adoptó las tendencias del momento. En esa época, estaba completamente fuera de moda, y ha desarrollado su camino individual en pleno posmodernismo. Cuando miramos hacia atrás, los primeros edificios pueden parecer normales, pero debemos recordar lo valientes que eran en ese momento”.
Una de sus obras emblemáticas, el Estadio de Braga, también en Portugal, fue literalmente implantado en la montaña, donde con explosivos se creó una cara de granito de 30 metros que marca un extremo del edificio. El millón y medio de metros cúbicos de material extraído luego fue aplastado para hacer el hormigón.
Una estrategia similar respecto del entorno utilizó en la Casa Número Dos, en la ciudad de Bom Jesus, de la que el jurado destacó una “riqueza poco común en la serie sutil de bandas en el concreto de sus paredes exteriores”. El arquitecto lo cuenta así: “Como el lugar era una colina bastante empinada que daba a la ciudad de Braga, decidimos no producir un volumen grande apoyado sobre una colina. Hicimos, en cambio, la construcción sobre cinco terrazas con muros de contención, con una función diferente definida por cada terraza: árboles frutales en el nivel inferior, una piscina en el siguiente, las partes principales de la casa en el siguiente, los dormitorios en el cuarto, y arriba plantamos un bosque”.
Souto de Moura confiesa su admiración por Mies van der Rohe y admite su influencia en el diseño de la Torre Burgo, un proyecto de escala inusual para su práctica, al que sin embargo ha logrado imprimirle su sello. Se trata de “dos edificios adyacentes, uno vertical y otro horizontal a escalas diferentes, en diálogo uno con otro y con el paisaje urbano”, dicen los fundamentos del Pritzker.
Como en el “ser o no ser” shakesperiano, para el nuevo Pritzker solo hay buena arquitectura y mala arquitectura. Repite, cada vez que puede, una frase del crítico italiano Francesco Dal Co: “Es mejor no ser original, pero bueno, que querer ser muy original y malo”. En el mismo sentido, invitado a un foro sobre sustentabilidad, aseguró que “no hay una arquitectura ecológica, ni una arquitectura inteligente, ni una arquitectura sustentable; sólo hay buena arquitectura. Siempre hay problemas que no debemos descuidar: la energía, los recursos, los costos, los aspectos sociales. Hay que prestarles constantemente atención a todos”.
Para el museo Paula Rego, otra de sus obras emblemáticas, Souto de Moura fue elegido directamente por la artista, una de las más importantes de Portugal. Y tuvo el privilegio de buscar él mismo el sitio. Souto recuerda que era un bosque cerrado con un poco de espacio abierto en el medio. “Sobre la base de la elevación de los árboles, propuse un conjunto de volúmenes de alturas distintas. Desarrollar este juego entre lo artificial y la naturaleza ayudó a definir el color exterior, concreto rojo, un color en oposición con el bosque verde. Dos grandes pirámides sobre el eje de la entrada no dejan que el proyecto sea una suma neutra de cubos”. Concluido en 2008, el museo es caracterizado por el jurado como “cívico e íntimo a la vez, y muy apropiado para la exhibición de arte”.
Poder y modestia, valentía y sutileza, fuerte autoridad pública, innovación y respecto por la historia. Al parecer, sus edificios tienen una capacidad única de expresar al mismo tiempo características aparentemente antagónicas. Lord Palumbo y los suyos, lo resumen así: “Eduardo Souto de Moura recibe el Pritzker 2011 por una arquitectura que parece fluida, serena y simple y por la atención y la poesía que impregnan cada proyecto”.
Se colgará la medalla el próximo 2 junio, en una ceremonia en el Walter W. Mellon Auditoriun, en Washington.
Fuente: Clarin
Un Pritzker siempre fiel a sí mismo
Apenas conocido fuera de la profesión, en las antípodas de los arquitectos-estrella, a Eduardo Souto de Moura le costó convencerse de que había ganado el Pritzker 2011. “Cuando recibí la llamada telefónica no podía creerlo”, declaró no bien se difundió la información, filtrada en internet unos quince días antes de la fecha prevista y luego confirmada por la Fundación Hyatt, la institución mentora del premio. “Recién entonces me di cuenta de lo grande que es este honor” dijo el arquitecto en una escueta conferencia de prensa, a tono con su habitual perfil bajo. “El hecho de que sea la segunda vez que se elige a un portugués lo hace más importante todavía”, agregó en un implícito reconocimiento a su maestro, Alvaro Siza, laureado en 1992.
Lo cierto es que en los últimos años el jurado del Prizker (ver “Un premio ...” en pág. 10) optó por destacar a autores de obras despojadas, casi de culto. Los edificios de Souto de Moura son exquisiteces regionales como las de Peter Zumthor y, en menor medida, las de SANAA: simples en apariencia, más capaces de seducir a los gourmets de la arquitectura que a los amantes de proyectos faraónicos o exuberantes, diseñados a escala global. Como dicen los fundamentos del jurado, “su arquitectura no es obvia, ni frívola, ni pintoresca. Está imbuida de inteligencia y seriedad. Su trabajo requiere de un encuentro intenso, no de una mirada rápida. Y, al igual que la poesía, es capaz de comunicarse emocionalmente con quienes se toman el tiempo de escuchar”.
Hijo de un oftalmólogo y una ama de casa, Souto de Moura nació en Oporto (la segunda ciudad lusitana) hace 58 años. Después un breve paso para hacer escultura en la Facultad de Bellas Artes, decidió que sería arquitecto y, todavía estudiante, trabajó con Noé Dinis y luego, entre 1975 y 1979, con el gran Alvaro Siza.
La mayoría de sus proyectos se encuentran en Portugal, pero también hay diseños suyos en España, Italia, Alemania, el Reino Unido y Suiza. Y su versatilidad se evidencia en la variedad de sus encargos: desde viviendas unifamiliares o estaciones de subte, hasta museos y estadios. El maestro portugués es capaz de diseñar a escala doméstica y a escala urbana con igual eficacia. Además, es profesor en la Universidad de Oporto y profesor visitante en las universidades de Ginebra, París-Belleville, Harvard y Dublín y en la Escuela Politécnica Federal de Zurich-Lausana.
A poco de abrir su propio estudio, en 1980, ganó su primer concurso importante, el Centro Cultural de Oporto. También conocido como “la Casa de las Artes”, el edificio fue construido en cobre, madera, piedra y hormigón, algunos de sus materiales favoritos, que combina con mano maestra y a los que agrega inesperados toques de color.
“Ya en sus primeros trabajos
–dice el jurado del Pritzker– Souto de Moura tuvo un enfoque coherente que nunca adoptó las tendencias del momento. En esa época, estaba completamente fuera de moda, y ha desarrollado su camino individual en pleno posmodernismo. Cuando miramos hacia atrás, los primeros edificios pueden parecer normales, pero debemos recordar lo valientes que eran en ese momento”.
Una de sus obras emblemáticas, el Estadio de Braga, también en Portugal, fue literalmente implantado en la montaña, donde con explosivos se creó una cara de granito de 30 metros que marca un extremo del edificio. El millón y medio de metros cúbicos de material extraído luego fue aplastado para hacer el hormigón.
Una estrategia similar respecto del entorno utilizó en la Casa Número Dos, en la ciudad de Bom Jesus, de la que el jurado destacó una “riqueza poco común en la serie sutil de bandas en el concreto de sus paredes exteriores”. El arquitecto lo cuenta así: “Como el lugar era una colina bastante empinada que daba a la ciudad de Braga, decidimos no producir un volumen grande apoyado sobre una colina. Hicimos, en cambio, la construcción sobre cinco terrazas con muros de contención, con una función diferente definida por cada terraza: árboles frutales en el nivel inferior, una piscina en el siguiente, las partes principales de la casa en el siguiente, los dormitorios en el cuarto, y arriba plantamos un bosque”.
Souto de Moura confiesa su admiración por Mies van der Rohe y admite su influencia en el diseño de la Torre Burgo, un proyecto de escala inusual para su práctica, al que sin embargo ha logrado imprimirle su sello. Se trata de “dos edificios adyacentes, uno vertical y otro horizontal a escalas diferentes, en diálogo uno con otro y con el paisaje urbano”, dicen los fundamentos del Pritzker.
Como en el “ser o no ser” shakesperiano, para el nuevo Pritzker solo hay buena arquitectura y mala arquitectura. Repite, cada vez que puede, una frase del crítico italiano Francesco Dal Co: “Es mejor no ser original, pero bueno, que querer ser muy original y malo”. En el mismo sentido, invitado a un foro sobre sustentabilidad, aseguró que “no hay una arquitectura ecológica, ni una arquitectura inteligente, ni una arquitectura sustentable; sólo hay buena arquitectura. Siempre hay problemas que no debemos descuidar: la energía, los recursos, los costos, los aspectos sociales. Hay que prestarles constantemente atención a todos”.
Para el museo Paula Rego, otra de sus obras emblemáticas, Souto de Moura fue elegido directamente por la artista, una de las más importantes de Portugal. Y tuvo el privilegio de buscar él mismo el sitio. Souto recuerda que era un bosque cerrado con un poco de espacio abierto en el medio. “Sobre la base de la elevación de los árboles, propuse un conjunto de volúmenes de alturas distintas. Desarrollar este juego entre lo artificial y la naturaleza ayudó a definir el color exterior, concreto rojo, un color en oposición con el bosque verde. Dos grandes pirámides sobre el eje de la entrada no dejan que el proyecto sea una suma neutra de cubos”. Concluido en 2008, el museo es caracterizado por el jurado como “cívico e íntimo a la vez, y muy apropiado para la exhibición de arte”.
Poder y modestia, valentía y sutileza, fuerte autoridad pública, innovación y respecto por la historia. Al parecer, sus edificios tienen una capacidad única de expresar al mismo tiempo características aparentemente antagónicas. Lord Palumbo y los suyos, lo resumen así: “Eduardo Souto de Moura recibe el Pritzker 2011 por una arquitectura que parece fluida, serena y simple y por la atención y la poesía que impregnan cada proyecto”.
Se colgará la medalla el próximo 2 junio, en una ceremonia en el Walter W. Mellon Auditoriun, en Washington.
Fuente: Clarin
mauricio2011- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 14/04/2011
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