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Georgina Barbarossa
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Georgina Barbarossa
El lugar del flechazo. La actriz cuenta su regreso a la sala londinense en la que se dio cuenta de que quería dedicarse al teatro.
Toda la vida amé el teatro”, dice Georgina Barbarossa, mientras recupera fuerzas en el bar de al lado del teatro Lola Membrives, tras un día de caminatas varias, y antes de meterse de nuevo en el papel de la Mamá Morton de la obra Chicago, que asumió hace no mucho tiempo en reemplazo de Alejandra Perlusky.
Para la actriz, ser parte de la nueva versión porteña del musical tiene un sabor especial. Parte, de algún modo, de un sueño que a lo largo de los años se fue y se sigue cumpliendo una y otra vez, de distintas maneras, y que elige contar para cerrar el ciclo de contratapas de sueños cumplidos. Un sueño que nació hace tiempo, y allá lejos. Muy lejos.
“Yo salí del colegio, y empecé a trabajar en Aerolíneas Argentinas. De ahí pasé a una agencia de viajes. Ahí vendía pasajes y, como hablo varios idiomas, armaba grupos y los acompañaba. Era como una niñera de gente grande”, recuerda Georgina. “Yo no tenía obligación de llevarlos al teatro. Pero en mis noches libres, siempre iba a ver espectáculos. Así que una noche de 1975, en Londres, elegí ir a ver A Chorus Line en el Theatre Royal Drury Lane. Y me morí.”
No era para menos, para alguien que asegura que la comedia musical es lo que más le gusta en la vida, en épocas en las que poco del género se daba en la Argentina. “Aquí, el que inició su difusión fue Pepe (Cibrián). Porque ama el género y lo conoce como nadie. Antes había estado Hair, Chicago, Mi bella dama. Pero ver A Chorus Line me hizo pensar lo genial que podía ser para mí estar sobre el escenario, ser famosa, trabajar en una comedia musical”.
Claro que para eso había que saber actuar, cantar, bailar. Y Georgina pateó el tablero. La chica de 21 años rompió con su novio, se fue a vivir sola, en busca de una “necesaria” independencia, abandonó su trabajo y empezó a estudiar teatro. Todo junto. Un cambio que le valió una hepatitis que “casi me muero”, punta de lanza de un raid por distintos maestros de la actuación, en un tiempo complicado.
“No era fácil estudiar en el conservatorio en plena dictadura. Los maestros se iban. Yo empecé con Lorenzo Quinteros, quien daba cada una de sus clases en un lugar distinto. Pero sólo después me di cuenta de que eso era así porque lo perseguía la Triple A. Sucede que yo era una pichi, que había vivido en una burbuja, viajando a Europa y parando en hoteles cinco estrellas como algo normal. Además, traía cosas para vender, bagayos, discos importados”.
Roberto Villanueva, Lito Cruz, Augusto Fernandes. La actriz desgrana la lista y asegura que con cada uno aprendió algo particular, aunque pensara, por entonces, que “ya era vieja para estudiar”. “¿Cómo iba a hacer para estudiar todo Shakespeare, Moliere, García Lorca, a todos los clásicos, y después a los maestros más actuales?”.
Mientras, la vida. “Yo me había gastado todo en equipar el departamento, que se lo alquilaba a mis padres. Así que cuando podía zafar del alquiler, zafaba. Pero lo demás, las tazas, la comida, todas esas cosas no las podía evitar. Así que entré a trabajar en la empresa de cosméticos Coty. De movida, le dije a mi jefa que yo usaba Pond’s, y casi me mata. Pero entré. Me mandaban a hacer vidrieras, y yo era como un elefante en un bazar. Con lo grandota que soy, mientras acomodaba los productos, me movía y tiraba todo. Lo mío y lo de los demás. Un desastre.”
La solución llegó de la mano de Cibrián. Georgina se presentó en una prueba –“en esa época no existía el casting”, ironiza la actriz- para el musical A pesar de todo de aquí no me voy. Y quedó. Pepe la puso como suplente, al principio, para ver cómo lo superaba. Y lo superó, con un sueño por delante. “Había hecho alguna cosa chiquita, pero yo quería lo que había visto en A Chorus Line. Ser actriz, estar en la calle Corrientes, con un cartel luminoso, que me aplaudieran y me regalaban flores, tener un marido de corbata, sentado en la platea –‘bueno, eso con Vasco no lo conseguí, pero con el segundo, sí’-. Eso quería”.
El estreno fue el primer paso. Entre ellos, ser parte de Chicago, después de haberle dicho no, hace diez años, a la misma propuesta. “Te juro que lloré. Pero no era el momento. Lloré, y me dije: ‘Nunca más lo voy a poder hacer’”, confiesa. Error. Pero había algo más, algo que la ayudaría a cerrar un círculo que Georgina había comenzado a trazar varias décadas atrás.
“En 2007 volví a Londres, en un viaje de placer. Y, por supuesto, la primera noche apunté a la zona de Covent Garden, en busca de alguna obra de teatro para ver. Pasé por el Opera House, y mientras miraba la cartelera pasó algo extraño. Sentí una especie de fuerza que me tiraba hacia atrás. Como si alguien me hiciera dar vuelta. Fue entonces que levanté la cabeza y leí: ‘Theatre Royal Drury Lane’. Y me largué a llorar como loca.” «
Toda la vida amé el teatro”, dice Georgina Barbarossa, mientras recupera fuerzas en el bar de al lado del teatro Lola Membrives, tras un día de caminatas varias, y antes de meterse de nuevo en el papel de la Mamá Morton de la obra Chicago, que asumió hace no mucho tiempo en reemplazo de Alejandra Perlusky.
Para la actriz, ser parte de la nueva versión porteña del musical tiene un sabor especial. Parte, de algún modo, de un sueño que a lo largo de los años se fue y se sigue cumpliendo una y otra vez, de distintas maneras, y que elige contar para cerrar el ciclo de contratapas de sueños cumplidos. Un sueño que nació hace tiempo, y allá lejos. Muy lejos.
“Yo salí del colegio, y empecé a trabajar en Aerolíneas Argentinas. De ahí pasé a una agencia de viajes. Ahí vendía pasajes y, como hablo varios idiomas, armaba grupos y los acompañaba. Era como una niñera de gente grande”, recuerda Georgina. “Yo no tenía obligación de llevarlos al teatro. Pero en mis noches libres, siempre iba a ver espectáculos. Así que una noche de 1975, en Londres, elegí ir a ver A Chorus Line en el Theatre Royal Drury Lane. Y me morí.”
No era para menos, para alguien que asegura que la comedia musical es lo que más le gusta en la vida, en épocas en las que poco del género se daba en la Argentina. “Aquí, el que inició su difusión fue Pepe (Cibrián). Porque ama el género y lo conoce como nadie. Antes había estado Hair, Chicago, Mi bella dama. Pero ver A Chorus Line me hizo pensar lo genial que podía ser para mí estar sobre el escenario, ser famosa, trabajar en una comedia musical”.
Claro que para eso había que saber actuar, cantar, bailar. Y Georgina pateó el tablero. La chica de 21 años rompió con su novio, se fue a vivir sola, en busca de una “necesaria” independencia, abandonó su trabajo y empezó a estudiar teatro. Todo junto. Un cambio que le valió una hepatitis que “casi me muero”, punta de lanza de un raid por distintos maestros de la actuación, en un tiempo complicado.
“No era fácil estudiar en el conservatorio en plena dictadura. Los maestros se iban. Yo empecé con Lorenzo Quinteros, quien daba cada una de sus clases en un lugar distinto. Pero sólo después me di cuenta de que eso era así porque lo perseguía la Triple A. Sucede que yo era una pichi, que había vivido en una burbuja, viajando a Europa y parando en hoteles cinco estrellas como algo normal. Además, traía cosas para vender, bagayos, discos importados”.
Roberto Villanueva, Lito Cruz, Augusto Fernandes. La actriz desgrana la lista y asegura que con cada uno aprendió algo particular, aunque pensara, por entonces, que “ya era vieja para estudiar”. “¿Cómo iba a hacer para estudiar todo Shakespeare, Moliere, García Lorca, a todos los clásicos, y después a los maestros más actuales?”.
Mientras, la vida. “Yo me había gastado todo en equipar el departamento, que se lo alquilaba a mis padres. Así que cuando podía zafar del alquiler, zafaba. Pero lo demás, las tazas, la comida, todas esas cosas no las podía evitar. Así que entré a trabajar en la empresa de cosméticos Coty. De movida, le dije a mi jefa que yo usaba Pond’s, y casi me mata. Pero entré. Me mandaban a hacer vidrieras, y yo era como un elefante en un bazar. Con lo grandota que soy, mientras acomodaba los productos, me movía y tiraba todo. Lo mío y lo de los demás. Un desastre.”
La solución llegó de la mano de Cibrián. Georgina se presentó en una prueba –“en esa época no existía el casting”, ironiza la actriz- para el musical A pesar de todo de aquí no me voy. Y quedó. Pepe la puso como suplente, al principio, para ver cómo lo superaba. Y lo superó, con un sueño por delante. “Había hecho alguna cosa chiquita, pero yo quería lo que había visto en A Chorus Line. Ser actriz, estar en la calle Corrientes, con un cartel luminoso, que me aplaudieran y me regalaban flores, tener un marido de corbata, sentado en la platea –‘bueno, eso con Vasco no lo conseguí, pero con el segundo, sí’-. Eso quería”.
El estreno fue el primer paso. Entre ellos, ser parte de Chicago, después de haberle dicho no, hace diez años, a la misma propuesta. “Te juro que lloré. Pero no era el momento. Lloré, y me dije: ‘Nunca más lo voy a poder hacer’”, confiesa. Error. Pero había algo más, algo que la ayudaría a cerrar un círculo que Georgina había comenzado a trazar varias décadas atrás.
“En 2007 volví a Londres, en un viaje de placer. Y, por supuesto, la primera noche apunté a la zona de Covent Garden, en busca de alguna obra de teatro para ver. Pasé por el Opera House, y mientras miraba la cartelera pasó algo extraño. Sentí una especie de fuerza que me tiraba hacia atrás. Como si alguien me hiciera dar vuelta. Fue entonces que levanté la cabeza y leí: ‘Theatre Royal Drury Lane’. Y me largué a llorar como loca.” «
marta ovejero- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 11/04/2011
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