Nuevos oficios de alto riesgo

Cuando la Argentina era una sociedad con parámetros aceptables en materia de seguridad había, no obstante, oficios peligrosos.
Ser policía, bombero, obrero de la construcción, guardia de seguridad, médico o enfermero infectólogo o ejercer la prostitución significaba optar por prácticas que incluían el peligro dentro del abanico de sus posibilidades.
A partir de la debacle de fines del 2001, la delincuencia comenzó a crecer sin freno, expandiéndose y sofisticándose hasta niveles de terror sin que hubiera respuestas adecuadas o siquiera en muchos casos respuesta alguna por parte de los poderes públicos.
Paliativo o, más bien, placebo para tan devastador ataque fue el crecimiento desmesurado de compañías de seguridad, verdaderos ejércitos privados que defienden a quienes pueden contratarlos. A los pobres –las primeras víctimas del delito– no les queda más que, sumidos en el pánico, recurrir a la astucia personal.
Y así fueron surgiendo nuevos oficios peligrosos. Y muy. Por ejemplo, el de taxista. El robo al taxi es como cursar primer grado para un delincuente en formación.
Colectivero, ni hablar, con la peculiar y tan sádica característica del corte de dedos como extraña venganza si no consiguen llevarse la recaudación. Motoquero, por supuesto, sobre todo de delivery, ya que los ladrones saben que lleva el dinero de los clientes.
El de los comerciantes quizá constituya el grupo más vasto de alto riesgo: desde el que se expone en un peligrosísimo maxiquiosco hasta el que tiene un restaurante, un bar, cualquier tienda, una farmacia, todo sitio abierto al público y en el que exista una caja está bajo la mira.
Los maestros y profesores tampoco la tienen mucho más fácil, con la violencia en las aulas y la caída en picada del concepto de autoridad, cosa que puede comprobar cualquiera que intente transitar por Buenos Aires y el conurbano y se le interponga un piquete. Los médicos en las guardias tampoco la pasan mejor.
Ni los pobres cartoneros, con su paupérrima recolección , se salvan.
Y desde esta semana, con el robo a la iglesia Santa Rosa de Lima, en Balvanera, –hubo otros, de menor monta, antes– oficialmente ni los curas logran el perdón.
Clarin 1/6/11